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Quedate con tu feminismo

Cuando tenía como unos quince años me juntaba mucho con una gringa. Teníamos muy poquito en común, pero eso mismo nos dio mucho sobre que platicar y discutir. Su cuarto siempre estaba hecho un desastre, pero como le envidiaba su cochinero. Recuerdo muy bien un colchón que tenia allí arrumbado, aplastado y percudido, lleno de recortes de las revistas Ms. y Bitch. Aunque era seguro que al sentarme allí terminaría manchada de pintura acrílica, siempre que la visitaba me tiraba a leer todo lo que encontraba. Sus paredes estaban repletas de dibujos de mujeres desnudas, fotos de Georgia O’keefe, Jenny Saville, y Cindy Sherman. Entre comillas, escribía y clavaba en su pared, las palabras de Gloria Steinem, Ani DiFranco, y Aretha Franklin. Sin apuración alguna, se ponía a platicar con su madre de lo que fuera; podían platicar por horas sobre tan solo sus menstruaciones. Estando con ellas empeze a desarrollar e identificar una perspectiva femenina.

Yo, tonta y sin el suficiente entendimiento del universo, pense que podía ser una feminista igualita a ellas. En cuanto se me presentaba la oportunidad, me ponía a alegar con quien fuera y donde fuera sobre las injusticias que enfrentan las mujeres, y no cerraba la boca hasta que me sentía que había ganado la pelea. Todo lo que veía en las revistas y tele me enfadaba, detestaba las novelas, la cocina, el quehacer, la idea de ser ama de casa, de algún día tener hijos… En fin, a todo lo que tenía que ver con el ser mujer, yo me encargaba de encontrarle la manera en cómo me discriminaba: a mí y todas aquellas quienes tuvieran una vagina. Por alguna razón, quería que todas las mujeres sintieran el mismo coraje que traía adentro, quería que se levantaran contra las normas de los géneros.

Fue muy poco a poco que me empecé a dar cuenta que yo no pertenecía a ese grupo. Las gringas feministas a mí alrededor estaban demasiado preocupadas con las mínimas defecciones en sus cuerpos, quejándose del acoso sexual en sus trabajos y por la falta de profesoras femeninas en sus universidades… muy ocupadas contándoles a todos como se sentían ofendidas por los productos perfumados que les vendía Kotex®-como si las estuvieran forzando a comprarlos. Por supuesto que todo eso es importante para mí, hasta un punto, pero nunca podría ser el enfoque de mi perspectiva femenina.

Para ser feminista, en ese entonces, yo pensaba que tenía que andar entre las gringas, hablar como ellas, valorar lo de su cultura y luchar por los derechos que eran de más importancia para mujeres en sus circunstancias. Es cierto que compartía una que otra cosa por el puro hecho de que yo, también, vivía como mujer en la misma sociedad. Pero las diferencias que me separan de ellas son muchísimas. El poder identificarse como feminista, para mí en ese entonces, casi era un privilegio que yo no tenía. Yo lo veía como algo a lo que se comprometían las mujeres sin deberes, las mujeres con tiempo libre, las mujeres que no se tenían que apurar por dinero, falta de comida, o abuso. Esas mujeres que se hacían llamar “Feministas”, yo pensaba, podían ser solo las gringas.

Creo que es cierto que para muchas de nosotras, quienes no somos gringas, existen variables que nos dificulta identificarnos como parte feministas. ¿Me pregunto por qué es eso? Por medio de este proyecto analizaremos feminismo, tomando en cuenta como nuestras circunstancias, como mujeres hispanas, afectan nuestra perspectiva. En el mundo académico, a esto se le llama interseccionalidad (intersecciones que resultan cuando mesclamos nuestras identidades basadas en genero, sexualidad, nacionalidad, religión…) No todas somos iguales y eso es algo que tenemos que celebrar.

 

 

 

 

 

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